Así era convivir con David Manotas, acusado de matar a un


vecino que le reclamó por la música alta.


Desde hace una semana, los pasillos del edificio Santa Cruz de los Molinos, en el norte de Bogotá, están en absoluto silencio. En el tercer piso, al lado de la escalera, la puerta del apartamento 304 tiene un agujero un poco más abajo de la mitad, y una cinta amarilla de sellamiento atravesada en diagonal. Desde ahí se pueden ver un televisor, una olla, objetos tirados en el piso… y manchas de sangre.

La escena es lo que queda de la tragedia que en la madrugada del pasado lunes se vivió en este edificio de cuatro plantas y 32 apartamentos, habitados en su mayoría por personas solteras y parejas sin hijos. Aquel día, David Emanuel Manotas Char, el inquilino del 304, apuñaló a Francisco José Cifuentes Ferreira, un vecino del 204 que le reclamó por el elevado volumen de la música. El cuerpo de Cifuentes quedó tendido en la terraza de su casa, un piso más abajo, aparentemente después de ser arrojado desde la ventana de David Manotas.


Lo del lunes fue el cierre de una historia cuyo desenlace sangriento vislumbraban los vecinos del edificio Santa Cruz de los Molinos. Desde que Manotas llegó al conjunto, a finales de septiembre del 2012, la convivencia se alteró drásticamente. Dos semanas después de su mudanza ya habían comenzado los problemas.


En las minutas de los celadores constan las quejas de Francisco José Cifuentes porque su vecino le arrojaba botellas, colillas y papeles a la terraza. Es más, en una ocasión Cifuentes acusó a Manotas de intentar entrar a la fuerza a su apartamento cuando estaba reunido con unos familiares.

Abrir la puerta del ascensor y encontrarse de frente con Manotas daba escalofrío. ‘Entre, entre’, decía él con sus ojos desorbitados y enrojecidos”, cuenta un vecino. Un cigarrillo en una mano, una lata de cerveza en la otra, la barba larga, el pelo también largo, sucio, enredado. La voz grave y las palabras incoherentes. Pasaban horas antes de que el olor a marihuana y alcohol que desprendía se disiparan. “Era tal el miedo que infundía su presencia, que a veces era mejor seguirle la corriente, bajarse en un piso distinto para despistarlo y, en lo posible, evitarlo”, cuenta otro vecino.

Pudo haber matado a cualquiera de nosotros”, afirma, consternado, un residente. En una comunicación del 5 de abril dirigida al administrador, la inquilina del apartamento 303 relata que Manotas tocó a su puerta y le dijo: “Niña, yo tengo mucha plata y no tengo la culpa. Estas piedras son mías. Yo no mato, pero hiero”. Ante lo sucedido, la Policía llegó al lugar, pero Manotas “se encerró, apagó las luces y no les abrió”, cuenta la inquilina, que le pidió a su madre que la acompañara ante el miedo que sentía.



Desesperados

El prontuario de Manotas es largo. Los vecinos, todavía en estado de shock, se preguntan cómo es que tantas quejas, tantos comunicados de la administración dirigidos a la inmobiliaria no sirvieron para nada. Los problemas continuaban y el temor crecía. ¿Cómo convivir con un vecino que estaba permanentemente alterado por el alcohol y las drogas? Era tal la desesperación que la propietaria del apartamento 303 instauró una querella contra Manotas y dejó constancia en una carta de que se habían hecho reuniones con él, con Mary Char, su madre, y con Carmen Aldana, representante de la inmobiliaria Aldana S. A. S. “Me temo que si no se actúa rápido puede ocurrir una tragedia de no pocas dimensiones”, decía la misiva.


Las quejas seguían. Y el terror, también. El 9 de abril los vecinos escribieron otra carta al administradoren la que le informaban que ante la conducta de Manotas “temían por su integridad”. Dos meses después, en junio, el administrador volvió a quejarse a la Inmobiliaria Aldana S. A. S. (EL TIEMPO intentó comunicarse con la inmobiliaria, pero sin éxito). Esta vez, Manotas había ido muy lejos: regó ron en la recepción, amenazó con matar al celador y había tratado de irrumpir en el apartamento 308. Un día después, en un extraño arrepentimiento, escribió una carta en la que reconocía estar “avergonzado”. “No voy a beber ni a hacer nada que me haga perder la conciencia de lo valioso de la vida”. Manotas anunció que se iba a un retiro a un lugar rodeado de naturaleza cerca de Bogotá y que a su regreso todo sería distinto. “Cuando vuelva no voy a caer en excesos ni volver de ninguna manera a molestar a mis vecinos”, dijo. A los pocos días se escucharon otra vez los alaridos desde su ventana y la música a todo volumen.


El 28 de junio la inmobiliaria envió un comunicado en el que se mostraba ‘apenada’ por el comportamiento de su inquilino y anunciaba que se había llegado a un acuerdo para que abandonara el apartamento el 30 de agosto. Sin embargo, Manotas no se mudó. Es más, ese mismo día, poco antes de la muerte de Cifuentes, estuvo hablando con una vigilante que hacía poco había llegado a trabajar al edificio. Según cuenta un celador, el hombre la insultó y Cifuentes acudió en su ayuda. Minutos después, Manotas gritaba desde la ventana de su apartamento: “Voy a matar al del 204”.


Un joven inteligente, alegre y estudioso’

David Emanuel Manotas Char nació en Barranquilla, es ingeniero electrónico, tiene 39 años y pertenece a una de las familias más reconocidas de la ciudad. Los compañeros del Liceo Cervantes, donde estudió, lo recuerdan como un joven inteligente, aplicado y alegre. Su actitud cambió, aseguran, cuando empezó a tomar licor y a consumir drogas. Todos lo evitaban. Manotas asegura que la muerte de Cifuentes fue “en defensa propia”, pues este lo agredió.



Testimonios

Un vecino del edificio Santa Cruz de los Molinos recuerda que el pasado fin de semana vio a David Manotas Char en una actitud suicida tirándose contra los carros en la glorieta de la calle 100 con carrera 15. Otro vecino afirma: “Estaba claro que no podía vivir en comunidad”.



Por: DIARIO EL TIEMPO| REDACCIÓN VIDA DE HOY | 07 de Septiembre del 2013

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